lunes, 24 de octubre de 2011

LA HUMANIDAD DE LOS SIMIOS

La ciencia ficción encarna en sí misma la dualidad, perenne y venenosa, de la naturaleza humana. Y lo hace, en sus mejores exponentes, con la fe de que algún día entenderemos que somos la causa de los efectos que nos devastan.

A poco tiempo de estrenarse Rise of the Planet of the Apes, más allá de tomarse como banal recurso hollywoodense de sacarle el jugo a los bolsillos, justifica una taquilla exitosa con una propuesta que hace referencia a dos buenos ejemplos donde, por un lado, el fenómeno de la inteligencia, en su concepción más maniquea, burda y seca. La inteligencia como forma de dominio. Estrategia de control, posicionamiento y estatus. El otro elemento es la deshumanización-humanización como proceso de desgaste y afianzamiento ético.

Vamos a recordar de reojo a 2001: Odisea del Espacio de Kubrick, donde un monolito enigmático imparte con su presencia la fatal instrucción de la muerte para solventar las diferencias. En sus primeros veinte minutos se establece la relación del hombre con las herramientas. En la otra esquina tendremos a Sector 9 de Neill Blomkamp, película donde se ve de manifiesto este fenómeno donde el hombre deja de ser lo que debe cuando es hombre, y empieza a serlo cuando está dejando de ser.

Ambos planteamientos se unen en una controversial, y más explicativa película, en el personaje de César. Este simio particular, quien fuera modificado genéticamente a través de experimentos hechos a su madre biológica, expande su humanidad, o esa esencia que aprendió de manera fortuita en el contacto con seres humanos – formando parte de una familia como tal -, y de esta experiencia ata cabos, desarrolla en su raciocinio en el peor de sus momentos estrategias para alzarse con el trono que su nombre reclama como tácito en una especie naturalmente afín a su fenotipo y en la cual lleva ventaja.

Su contraparte humana, interpretada por James Franco, es testigo de palo ante la apabullante revelación-revolución de quien en el fondo considerara un experimento y que criara como un hijo. Termina entonces la película, entretenida, de grandilocuentes efectos visuales, tornándose reflexiva ante la dualidad motora que encarna las posibilidades del hombre en su devenir por este mundo.

J. Gregorio Maita

EL HAMBRE DORMIDA DETRÁS DE LOS CINECLUBES

Un cineclub, desde su más explícita significación, desde aquellos primeros intentos franceses por admirar el arte más allá de lo comercial y que intentó implantarse a mediados del siglo pasado, va contenido en distintas fases de su desarrollo en vivo.

Una presentación de la película, donde un interlocutor o coordinador de la actividad hable, sin dar muchas señas de qué trata la película, sobre la trayectoria de su director, guionista, actor o actriz principal, el tópico que se busca con la misma, ya sea la exploración interna de los conflictos de un personaje, o la situación histórica y la visión particular de su creador, la vigencia social y crítica de la cinta, etc. Después surge lo más básico que es la proyección del film. Al final de este, se espera, como se puede esperar en el mejor sentido de la buena fe, lo que se llama propiamente el cineforo, que no es más que la discusión o intercambio de ideas y juicios particulares sobre la obra fílmica.

Son varios los intentos, algunos fallidos, otros exitosos en la historia reciente de Ciudad Guayana. Fotograma Cineclub y Cine y Medio son dos. CineSidor fue uno que murió en la décima presentación, por motivos circunstanciales. Pero debemos destacar que la motivación de grupos que parecieran aislados en su sentir sobre la alternativa cinéfila en nuestra querida ciudad no es de extrañar.

Esto, motivado un poco también por una necesidad empírica, no termina de deslindarse de las limitaciones propias de los espacios, unos desaprovechados, otros inexistentes, dentro de la matriz industrializadora que alejó el principio de las humanidades por considerarlas tan abstractas como para generar las ganancias plenas que ha generado la economía de puerto. Porque el Teatro no es viable ni rentable, porque la música – la de los géneros venezolanos – no da real, porque el cine sólo genera plata cuando es mediocre, alienta al espectador al sexo o ridiculiza la muerte.

Estos cineclubes, y otros que se irán creando, demuestran, entre otras explosiones artísticas que sobresalen en nuestra Guayana mecánica, cuan necesaria es una verdadera revolución cultural en la región. El hambre por las desechadas artes es agobiante.


J. Gregorio Maita

PARA HABLAR DE JOYAS. MACURO

Leyendo recientemente un ensayo de Edgar Allan Poe, donde habla sobre la relación entre la Verdad como “la satisfacción del intelecto” y la Pasión como “la exaltación del corazón”, encuentro el leitmotiv de este artículo. Explica este maestro de la literatura que “de hecho la Verdad exige cierta precisión, y la Pasión cierta sencillez”, y ambos explican a su vez la suave transparencia que predica el arte, una vez pasada por las sabias manos de la paciencia.
Hernán Jabes, joven director venezolano, nos sorprendió en el año 2008 con algo tan inesperado como explosivo: la diadema colorida de una cinta basada en hechos ocurridos en 1988 que encerraron los matices justos y necesarios que definen a una película como mucho más que redonda.
De los grandes problemas del cine venezolano – entre los que se encuentran el muy bajo presupuesto, la imposición per se del lenguaje televisivo, algunas actuaciones, la fotografía y el sonido – tenemos al guión, pues duda en la conexión con esa realidad resaltante que nos identifica como venezolanos. En Macuro, pareciera que ese guión, salido de la tierra o del mar de aquella lejana costa sucrense, no da vueltas ni retumbos para estrellarse desastrosamente como lo hacen otros.
El argumento de un pueblo alejado y sumido en la necesidad de una planta eléctrica, que en varias ocasiones le ha tocado vivir en las penurias del “sin luz”, exige de repente algo tan simple como la responsabilidad empresarial, en vista de la lentitud de los gobiernos que lo rigen. La lejanía – a Macuro sólo puede llegarse por mar – y la desesperación agobian a sus habitantes, creando un conflicto de intereses mezquinos tan real que pareciera una foto de los problemas cotidianos que aún vivimos.
Una joya fílmica, pues Jabes maneja con maestría una cámara, tal vez limitada por recursos, pero compensada con su esfuerzo en calar en un producto digno de la precisión y la sencillez, de la Verdad y la Pasión que tanto nos hace falta. Una joya bien escrita, sin trampas narrativas, sobreactuaciones, o calambres televisivos que tan mal le van al cine. Una película de esta nueva era de la Villa del cine, que junto a La Hora Cero de Diego Velazco, valen la pena para su reflexión y culto.

J. Gregorio Maita

martes, 27 de septiembre de 2011

INTERROGANTES SOBRE LA QUEBRADA BOLA DEL CONDE

Ver Er Conde Jones, mamarrachada fílmica ya vaticinada por aquellos que algo saben de este oficio, y cuyas expectativas no auguraban nada más allá de lo comercial,era de esperarse de un Benjamín Rausseo, quien se ganara la fama con un personaje tomado del estereotipo del oriental venezolano.

Ahora. Ya estimado el escenario, voy por la curiosidad crítica para hacer la correspondiente revisión a la película que se perfilaba como la más taquillera de los últimos tiempos del cine venezolano, superando a La Hora Cero de Diego Velazco, que ya es decir. He aquí mis dudas.

¿Fue esta película uno de tantos golpes a la expectativa del venezolano? ¿Se les advirtió que el señor Rausseo muy poco dejaría de su personaje en dicha película? No digamos tanto por las palabras altisonantes, sino por la falta de tino en comedia. ¿Qué podemos recoger de esta experiencia? ¿A dónde van personajes como Chaplin, Cantinflas, o aquellos varios que interpretara Peter Sellers? Tampoco hay que pedir tanto, pero siendo yo, por lo menos apuntaría a trascender.¿Qué será de la vida de aquel disco de boleros que hiciera el señor Rausseo? ¿Vendrá en la edición especial del DVD de esta película? ¿Qué pretendió hacer El Conde del Guácharo? ¿Incursionar en un buen negocio como el cine a fuerza de buenas intenciones? ¿Es el cine un arte basado en las buenas intenciones? ¿Qué tan bien fue “diseñado” Er Conde en la película, que le permitiera al espectador medio distraerse de tanta incongruencia? ¿Tenía hambre Er Conde al comerse tantas elipsis? ¿Dónde estaba el hilo argumental que no le permitió entregar una comedia decente o que por lo menos diera las risas que dan algunos de sus muy conocidos espectáculos en vivo?

Puedo comprender que quien no sabedel oficio y lo asume como quién entiende al cinetal cual una bodega o un expendio de empanadas, haga algo poco cónsono con lo del arte, siempre tan subjetivo. Pero hacer una película en detrimento de un personaje que le ha dado muchísimo al señor Rausseo, que ni siquiera tiene la intención de devolverle el precio de la entrada a la gente, pues son pocos los momentos hilarantes de la misma, eso roza en la estupidez. De allí que esas cifras que rompieron record de taquilla en su primera semana, se desplomaran en la segunda en casi un 50 por ciento. ¿Será que los venezolanos estamos aprendiendo?

J. Gregorio Maita

martes, 20 de septiembre de 2011

MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO.

El neorrealismo como materia grandilocuente ha pretendido siempre establecer un punto crítico en la historias de sus personajes, partiendo de la crítica social, no desde el principio de la propaganda, sino como un simple ejercicio narrativo que pocas veces logra colocar a sus exploradores en un sitial, cuando menos, de respeto.

Tomás Gutiérrez Alea, cineasta cubano, decidió una vez, bajo el argumento de la novela de Edmundo Desnoes, por allá por el año 1968, desarrollar una historia particular, difusa en términos convencionales, pero que desviste esa incomodidad producida por el cambio abrupto de sistema en la Cuba Postrevolucionaria.

El neorrealismo enfrenta una realidad, fuera del alcance del común, a esos personajes que terminan por absorberse en las circunstancias y que de una u otra manera viven en la pesadilla de su propio entorno. No se habla de antagonismos en este subgénero mágico del cine, sino de circunstancias que golpean y que bailan al son que toquen la historia, la política, o la suerte.

Esta genial película de Gutiérrez Alea, crítico del sistema que vivió toda su vida por considerar al Socialismo “un guión muy bueno, pero que ha tenido en Cuba una puesta en escena desastrosa”, es un escupitajo al pasar de los años en la ineficacia de nuestros países al no alcanzar el tan esperado desarrollo, por siempre necesitar que “alguien piense por nosotros”.

Las cosas aspiran a cambiar. Procuran establecer símiles que nos permitan perderle el miedo al espejo, y enfrentarnos de una vez con lo que somos y partir de allí, de esa imagen difusa, un ideal de nuestro propio reflejo. Esa es la premisa de Sergio, quien termina abandonado por sus más allegados, dejado en la incomprensión de sí mismo, del insistir en saber qué es lo que le espera ante ese nuevo escenario que reta sus más primarios razonamientos, llevándolo a ensoñaciones de su querer ser en pugna con las nuevas reglas de su vida.

Clásico del cine latinoamericano, y considerado dentro de los 100 mejores filmes de la historia, es una película que termina por activar la máquina de nuestro pensamiento después de vista su proyección. Reflexiva, incisiva, metódica. Engulle al espectador en su aura y lo saca de los rieles para colocarlo en otra parte. Recomendación para el que pueda.

J. Gregorio Maita

jueves, 8 de septiembre de 2011

CUANDO NO VI EL PASTEL DE CHUCHO

Hacer cine es, como muchas disciplinas, un asunto de ir calentando los motores para el sueño de muchos, incluyéndome, del largometraje. Pero antes de éste existe un hermano pequeño, diminuto, que pasa casi desapercibido del espectador medio: El Corto. Es decir, para correr, hace falta primero aprender a caminar.
Lo valioso de esta expresión recortada de la cinematografía es ir calentándole los motores a los futuros cineastas, para ver qué tan bueno es el músculo. Y eso, más el estímulo de la sala que vea tu proyección, gracias al artículo 27 de la Ley de Cinematografía Nacional que dice: “Los exhibidores deberán proyectar en todas sus salas cortometrajes venezolanos de estreno, no propagandísticos o publicitarios.”, no habría mucho qué decir.
Pero ¿qué hacer ante aquella falta de profesionalismo en las salas particulares que se pasan un cortometraje animado como Hoy no se hace Pastel de Chucho, de Braulio Rodríguez, por la bragueta, y ante dificultades técnicas simplemente obvian algo tan nimio, tan falto de tamaño he importancia, yendo directamente a la película?
En la función a la que asistí – del lunes 29 de agosto, 8:30 pm – justo al momento de proyectar el corto, algo pasa. Pequeños saltos, goteos de imágenes del mismo, negro y más negro. Cuando en un silencio prolongado espero que solventen la situación, nada. Me muerdo el puño. Es la rabia de saber que una obra que pasa el filtro del Short Films Corner del Festival de Cannes 2011, que va a mostrar el mensaje bonito de la conservación de las especies marinas de nuestro oriente venezolano en otras latitudes, es desdeñada porque probablemente suena a “cambur pintón”. O es que la película de X-Men: First Class debe valer más para nosotros. Una adaptación norteamericana de un cómic que habla de la discriminación sin pataleos, y alguien que siente vergüenza de un Polo Margariteño, que le da grima comer sardina o que un cuatro no significa nada en comparación a la silla de ruedas de Charles Xavier, ni se molesta en cumplir la ley, si de obligaciones hablamos.
La gente del único cine que tenemos en Ciudad Guayana no tuvo la entereza de emendar el error. Si así somos empezando… Y nadie dijo nada.


J. Gregorio Maita

jueves, 1 de septiembre de 2011

DEL ASCO AL BLANCO Y NEGRO

Es fácil entender que, dentro de los gustos de la gente, exista, quien por moda, falta de costumbre, o simpleza estilística, termine por definir a tan primario contraste, que por muchísimos años inundó el cine con las más soberbias propuestas, llenas de esplendor y llamativa prestancia, como la base fundamental de lo que terminó magnificándose con el Expresionismo Alemán.
Pero sin detenernos en los caminos de aquella forma hermosa que la fotografía sembró en la pantalla grande, cuando hablamos de Blanco y Negro, hablamos no de viejo, no de arcaico, no jalamos las gavetas del anticuario para sacar de allí algún armatoste viejo y derruido, sino de una de las motivaciones estéticas que hacen del cine un arte.
Ver películas como Persona de Bergman, Dr.Strangelove o Senderos de Gloria de Kubrick, Sed del Mal de Welles,El Hombre Elefante de Lynch,El Hombre que nunca estuvo Allí de los hermanos Coen, o La Lista de Schindler de Spielberg, que teniendo la posibilidad de ser pintada con la paleta del arco iris, decidieron, por nostalgia, y más que todo, por valor al artístico del primigenio contraste, hacerlas bajo este esquema, con el temor y las fobias que el comercio normalizó sobre el espectador medio.
El Blanco y Negro no es un insulto a la modernidad, es una remembranza a lo bello de rostros como Ingrid Bergman y Marilyn Monroe, es un viaje a los tiempos cuando veía televisión con mi abuela y reía a carcajadas con Cantinflas en películas brillantes como Ahí está el Detalle. Es reencontrarnos con dos de las victorias más grandes que hemos tenido en la historia de nuestro cine, como lo fueron Araya y La Balandra Elizabeth llegó esta Tarde, ambas reconocidas en el Festival de Cannes.
Está en la manera de ver a nuestros medios el extravío de la valoración. El transporte público de Ciudad Guayana lo testifica al maltratar a nuestros viejos. Y más allá, la lección para los nuevos cineastas que se atrevan, a pesar de la mala taquilla. Porque es que comprendernos en grande, significa buscar más allá de las apariencias, porque es en la pulpa, donde está el gusto de los cinéfilos.


J. Gregorio Maita

miércoles, 17 de agosto de 2011

DÍAS DE PODER Y SU VIAJE REFLEXIVO

Román Chalbaud, embaucado ya en trabajos a pedido, en plumas ajenas, retoma aquel proyecto que en 1966 terminó, por frustración, por pura necesidad expresiva, por botar aquellos nudos atragantados de la visión de él mismo y José Ignacio Cabrujas, en obra de teatro.
Lo que alguna vez quiso y no pudo, en medio de esta – aunque a muchos les pese – revolución cinematográfica – todavía bajo la sombra de la cantidad y no de la calidad -, retoma el pesado mazo de la crítica, no a un partido, no a una posición, no a colores ni estandartes, sino a la política venezolana como práctica infame que logra y olvida, por lo que rara vez aprende.
Por esto Días de Poder se desmarca del panfleto, y no recurre al acto de manipulación al que muchos temen de lado y lado. Así se muestra como película – en momentos genial, con movimientos quirúrgicos que hacen retomar la idea de genio que este cineasta venezolano marcara en películas como Pandemónium, o La Oveja Negra – contemporánea, lúcida, y de un gran nivel reflexivo que invita al espectador a pensar en el valor de las libertades, y que con sólo conseguirlas no basta.
Si bien las actuaciones, maniqueas, dejan ver las fisuras de un cine que trata de serlo como un todo, hay un peso fundamental en la dirección de arte - que trata de enmendar los grandes errores cometidos en El Caracazo -, dentro de las limitaciones del bajo presupuesto. Sin embargo ese apego a la esencia que fue la obra de teatro, da puntos a favor de la memoria.
Días de Poder es la historia de un enroque. Fernando Quintero, lucha, alborota, huye, pernocta en ideas contrarias a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y vuelve en el resurgir adeco, como héroe, como ministro, y se embarca en la gloria pública, y se esfuerza por entender que lo que fue no será, y que es ahora, desde la otra orilla, donde el hombre se define. He allí su entuerto. He allí el conflicto de los que van, por vericuetos de la historia de un lado al otro del poder en un país tan del realismo mágico como este.


J. Gregorio Maita