lunes, 24 de octubre de 2011

PARA HABLAR DE JOYAS. MACURO

Leyendo recientemente un ensayo de Edgar Allan Poe, donde habla sobre la relación entre la Verdad como “la satisfacción del intelecto” y la Pasión como “la exaltación del corazón”, encuentro el leitmotiv de este artículo. Explica este maestro de la literatura que “de hecho la Verdad exige cierta precisión, y la Pasión cierta sencillez”, y ambos explican a su vez la suave transparencia que predica el arte, una vez pasada por las sabias manos de la paciencia.
Hernán Jabes, joven director venezolano, nos sorprendió en el año 2008 con algo tan inesperado como explosivo: la diadema colorida de una cinta basada en hechos ocurridos en 1988 que encerraron los matices justos y necesarios que definen a una película como mucho más que redonda.
De los grandes problemas del cine venezolano – entre los que se encuentran el muy bajo presupuesto, la imposición per se del lenguaje televisivo, algunas actuaciones, la fotografía y el sonido – tenemos al guión, pues duda en la conexión con esa realidad resaltante que nos identifica como venezolanos. En Macuro, pareciera que ese guión, salido de la tierra o del mar de aquella lejana costa sucrense, no da vueltas ni retumbos para estrellarse desastrosamente como lo hacen otros.
El argumento de un pueblo alejado y sumido en la necesidad de una planta eléctrica, que en varias ocasiones le ha tocado vivir en las penurias del “sin luz”, exige de repente algo tan simple como la responsabilidad empresarial, en vista de la lentitud de los gobiernos que lo rigen. La lejanía – a Macuro sólo puede llegarse por mar – y la desesperación agobian a sus habitantes, creando un conflicto de intereses mezquinos tan real que pareciera una foto de los problemas cotidianos que aún vivimos.
Una joya fílmica, pues Jabes maneja con maestría una cámara, tal vez limitada por recursos, pero compensada con su esfuerzo en calar en un producto digno de la precisión y la sencillez, de la Verdad y la Pasión que tanto nos hace falta. Una joya bien escrita, sin trampas narrativas, sobreactuaciones, o calambres televisivos que tan mal le van al cine. Una película de esta nueva era de la Villa del cine, que junto a La Hora Cero de Diego Velazco, valen la pena para su reflexión y culto.

J. Gregorio Maita

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