miércoles, 17 de agosto de 2011

DÍAS DE PODER Y SU VIAJE REFLEXIVO

Román Chalbaud, embaucado ya en trabajos a pedido, en plumas ajenas, retoma aquel proyecto que en 1966 terminó, por frustración, por pura necesidad expresiva, por botar aquellos nudos atragantados de la visión de él mismo y José Ignacio Cabrujas, en obra de teatro.
Lo que alguna vez quiso y no pudo, en medio de esta – aunque a muchos les pese – revolución cinematográfica – todavía bajo la sombra de la cantidad y no de la calidad -, retoma el pesado mazo de la crítica, no a un partido, no a una posición, no a colores ni estandartes, sino a la política venezolana como práctica infame que logra y olvida, por lo que rara vez aprende.
Por esto Días de Poder se desmarca del panfleto, y no recurre al acto de manipulación al que muchos temen de lado y lado. Así se muestra como película – en momentos genial, con movimientos quirúrgicos que hacen retomar la idea de genio que este cineasta venezolano marcara en películas como Pandemónium, o La Oveja Negra – contemporánea, lúcida, y de un gran nivel reflexivo que invita al espectador a pensar en el valor de las libertades, y que con sólo conseguirlas no basta.
Si bien las actuaciones, maniqueas, dejan ver las fisuras de un cine que trata de serlo como un todo, hay un peso fundamental en la dirección de arte - que trata de enmendar los grandes errores cometidos en El Caracazo -, dentro de las limitaciones del bajo presupuesto. Sin embargo ese apego a la esencia que fue la obra de teatro, da puntos a favor de la memoria.
Días de Poder es la historia de un enroque. Fernando Quintero, lucha, alborota, huye, pernocta en ideas contrarias a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y vuelve en el resurgir adeco, como héroe, como ministro, y se embarca en la gloria pública, y se esfuerza por entender que lo que fue no será, y que es ahora, desde la otra orilla, donde el hombre se define. He allí su entuerto. He allí el conflicto de los que van, por vericuetos de la historia de un lado al otro del poder en un país tan del realismo mágico como este.


J. Gregorio Maita