domingo, 13 de julio de 2014

ANTES DE QUE LA QUITEN (CRÍTICA A PIPÍ MIL, PUPÚ DOS LUCAS)



Ya he visto el escarceo comedido de los pacatos sociales que abundan en críticas a todo lo que les rodea pero que olvidan, con poca vergüenza, su maleta de grima y la ceguera propia de los hipócritas.

Educados como están en la escuela de lo decente, de las buenas maneras, de lo “moral”, tienen la tendencia un poco descontrolada de dejarse llevar por algún manifiesto dogma católico para recriminar la irreverencia inteligente.

En un proyecto para nada conocido un tipo cualquiera explica lo que significa estrenar un apartamento: ir de un lado al otro con la pareja con el pene introducido en su vagina (o ano; aquí no vamos a discriminar a los sexo diversos) y culear como los perros que mean para marcar el territorio. Lo de los muebles es para después.

Muchos acostumbrados al manual de Carreño aplicado al arte dirán que las tetas de María Guevara es un invento morboso de las voces locales que no le tienen miedo a la desnudez pues lo natural no es cosa rara. De igual forma, como también leí por allí, mucho hipócrita con tendencia a santo maltrecho habrá rezado unos cuantos rosarios, latigazos en la espalda incluidos, cuando en Caracas a la gente se le ocurrió pasear en bicicleta como dios los trajo al mundo. Una inquisición voluntaria y sin acceso al agua bendita pulula por la mente de los que creen que pisan fino, pero no es así.

Esos que en su momento pensaron a priori que obras cinematográficas como El último tango en París de Bertolucci no era más que un bebedizo pornográfico y que por “salvaguardar la moral del venezolano” (a chito vale) prohibió su exhibición. Hay quienes pensaron que la violencia expresada por Kubrick en La naranja mecánica era una grosera exageración que poco o nada tenía que ver con el ideal de ser humano que no puede ver una película, pero que muy bien sirve para explotar o ser explotado, en la guerra, en la fábrica, en la vida.

Tanto santurrón patético de mala madre que ostenta la virtud de sesgar y no de debatir, ha opinado que una película como Pipí mil, pupú dos lucas, es un bodrio a priori concebido por el puro título y que no vale la pena ni siquiera la mención del titánico esfuerzo de los hermanos Bencomo, que como quien no quiere la cosa, han dado una lección brutal a quienes, y me incluyo (va la autocrítica), creen que es imprescindible todo menos las ganas de hacer cine.

Mismo argumento le metieron en la cabeza a mucha gente sobre esa extraordinaria película que fue Amaneció de Golpe de Azpúrua, haciendo que muchos jóvenes venezolanos todavía les dé culillo revisarla como obra cinematográfica de altura y documento histórico cuyo guión del olvidado José Ignacio Cabrujas retrata una reflexión sobre la democracia que pocas veces se ve tan bien plasmada como en ese ejemplo.

Pero Pipí mil tiene, además de la grandilocuencia venezolana, esa que muchos de estos criticones de orilla esconden en el baño cuando se refieren a estorbos ideológicos de mamaguevo pa arriba, una historia convergente que muy pocos escritores se atreven a realizar. Y pa más vaina, lo hicieron bien.

Una película hecha con los panas, pidiendo prestado, entre mil y una dificultades, con limitadísimos recursos técnicos, con personal inexperto o primerizo, y que tenga este país el tupé de retrasar su estreno en años porque a algunos no les interesaba “ese tipo de cine, porque una cosa es que diga semejante malsonancia Scorsese o Tarantino a que lo hagan unos tercermundistas”. Bueno, da como para arrecharse.

Así como Matisse hizo La Odalisca con pantalón rojo (1925), y en su momento muchísimas obras de las manifestaciones del arte fueron objeto del tomatazo pudoroso, mañana, más temprano que tarde, Pipí mil podrá convertirse en una de las más alabadas y elevadas cintas de culto en nuestro cine.

Cuándo será el día en que los venezolanos aprendamos a juzgar con argumentos, por el estudio pormenorizado del sujeto u objeto en cuestión, a hacerlo por el simple proceder, muy a lo miss, de la portada, la superficie, o el envoltorio. Una sociedad sujeta a cánones tan delicados muy poco podrá profundizar en su creación. La grandeza, en la medida en que no encontremos un equilibrio, será más cuesta arriba.

Ya por lo menos la censura de hoy no viene del gobierno nacional.

J. Gregorio Maita.

Para complementar lo escrito en esta crítica, visitar el siguiente enlace: http://www.gumilla.org/biblioteca/bases/biblo/texto/SIC1980424_175-177.pdf