martes, 18 de febrero de 2014

LA CALIDAD A PARTIR DEL MAL PASO (CRÍTICA SOBRE PAPITA, MANÍ, TOSTÓN)





No rebato el tema de la taquilla. La industria cultural necesaria urge de la redituación del esfuerzo. El arte es la inversión de un tiempo, una fracción de vida. En ese campo de lo real, nada más verdadero que el estómago cuando cruje, o la voz de un hijo que necesita un par de zapatos.

Mi problema es con la calidad. Es difícil definirla, encapsularla en un término generalizado que se entienda. He tratado de hacerlo refiriéndome a ella como los niveles de inteligencia con que se desenvuelve un discurso, un mensaje. En el cine, este discurso audiovisual, a veces narrativo, evocativo y sensorial, la inteligencia definida en cuadros veloces se cruza con otra verdad ineludible: el entretenimiento.

Cierto es que en esos términos de calidad hay mucha obra, digamos, lenta. De esas películas que te obligan a pensar, a meterte dentro de un mundo que, según los cánones del carnaval debería servirte para colocarte en un eterno blanco, sin pensar. La cosa es peor cuando, en el punto contrario, encuentras películas tan masticadas, que como compotas no exigen el más mínimo esfuerzo para entenderlas, a tal punto que el espectador se encuentra muchas veces dos o más pasos por delante de lo que allí se desarrolla.

En la villa del señor hay de todo, y todo el mundo cuenta, diría Buena Fe; pero viendo el desarrollo de nuestra industria cinematográfica, entendiendo que producir una veintena y hasta más películas por año es un logro, debemos ver con cuidado la clase de cine que hacemos, y preocuparnos un poco, no por llegar a niveles de sobriedad espiritual como un Tarcovsky, pero tampoco caer en la banalidad de convertir a Antonio Guzmán Blanco en un cazavampiros.

Una cosa es tomar a los gringos como escuela, y otra copiarlos. Así como te encuentras babosadas como las últimas diez películas protagonizadas por Eddie Murphy, que en sus inicios resultaba irreverente y controvertido hasta la voracidad, y ahora es la vacua extremidad de un discurso moral básico y retraído, lleno de estereotipos y elementos “poco inteligentes”, tienes el consuelo de un Paul Thomas Anderson, por nombrar uno, que plantea una obra desde su perspectiva, para someterla a la exploración acuciosa del ojo que desee rebuscar “con inteligencia” su mensaje.

Tenemos los casos de las no tan recientes películas de Er Conde del Guácharo (caso este bien particular de buena taquilla y paupérrima calidad, llegando incluso a niveles en donde el mismo personaje de Benjamín Rausseo lapida con saña su cuestionada comicidad) y de Papita, Maní, Tostón, cuyo trasfondo argumental es la antaña rivalidad entre los Leones del Caracas y los Navegantes del Magallanes, y que hubiera permitido para algo (bastante) más de lo que al final se nos mostró en la pantalla.

Una copia, casi el carbón de la brasilera A Casamento de Romeo e Julieta (2005), con un meollo deportivo similar con los equipos de fútbol Palmeiras y Corinthians, y que a diferencia de ésta, en la nuestra persisten marcadas deficiencias técnicas y excesos melodramáticos en el guión que lejos de sumar, restan.

Hay una escena en particular que comparten ambas. En la de los cariocas, el recurso que utilizaron para comprender el conflicto generado en Romeo y que dificultaba la consumación del acto sexual con Julieta fue un condón envuelto con los colores de su equipo favorito. En la maraña nacional, para nuestra vergüenza, no se les ocurrió que un elemento tan simple como un diminuto preservativo pudiera dar para imaginarse el resto, por lo que, creo yo, tratando de ser “originales”, utilizaron el cuerpo completo de la protagonista Juliette Pardau (muy bella y todo), vestida solo de un conjunto de pantaleta y sostén de los Leones del Caracas, para decir lo mismo. ¿Ven a lo que me refiero?

Y vuelvo al tema de la taquilla. Esta película, que se me antoja sexista y simplona, donde la caña pareciera el gran hilo conductor que motiva el accionar de los personajes, está batiendo records de taquilla en nuestro país, como también lo hicieran las del señor Conde. El hacer reír por reír es un recurso sobrevalorado. Pregúntenle a Woody Allen. Sabe de eso. La plata es importante, pero no lo es todo.

En contraparte, una obra maestra como Brecha en el Silencio fue sacada de cartelera en Guayana prematuramente, tal vez por ser muy inteligente, y también un poco incómoda.


J. Gregorio Maita