martes, 7 de febrero de 2012

TRANSFORMERS 3: LA QUE REMIENDA Y NO CURA

Si más de lo mismo fuera mejor. En algún momento Michael Bay se perfilaba, como digno ejemplar salido del típico advertising, a transformarse en un cineasta de culto con sus muy controvertidas Pearl Harbor, Bad Boys y Armagedon, siendo de esos que dejan marcas donde quiera que pasan, con sus anuncios publicitarios, argumentos compota, culebrones y llantines pasados de puro azul y rosa. Bay es y será siempre el director favorito de cuanto adolescente idiota o rubia oxigenada de su país natal pueda tolerarlo.

Y es que en él no recae tanto la culpa. Buscar en su formación algo inteligente y que no descuide del todo lo comercial – algo que pudiera ser su religión – como genialmente lo ha hecho Christopher Nolan, es como pedir demasiado pues su principal talento sería el de ser un modisto fílmico, es decir, que la vaina se vea bonita.

Su tercera entrega de Transformers 3: The Dark Side of the Moon, si bien forma parte de una entretenida saga de escupitajos pro US-ARMY, machista, chovinista excelso y probablemente bien pagado por la respectiva oficina en el Pentágono, me resultó una mejoría que en muy poco salva al enfermo.

Es, si tuviéramos algo parecido a un entretenimómetro, algo superior a las dos anteriores – de las cuales guardo un muy amargo sabor con la segunda -, lo que pudiera significar puntos a favor del karma que debe ser Megan Fox al desistir de continuar con esta tercera parte. No es que sea pavosa la muchacha - ¿o sí? -, no es que dentro de los esquemas bien amados de la ciencia ficción sea esta película un mea culpa aderezado con besos y disculpas. Es que, en el sentido más superficial del asunto, esta tercera parte gusta más que las otras dos, pero sigue siendo el mismo bodrio saborartificialatuttifrutti de siempre. Sigue siendo Bay un maromero de planos picones con mujeres (exageradamente) voluptuosas que no se ajustan, ni en actuación, ni en química con la pantalla. Un mago de movimientos múltiples, explosiones y acción a diestra y siniestra.

En fin. Una película donde sus argumentos tropiezan de manera más suave que en sus predecesoras, un espectáculo visual despampanante, acompañado de viejos fantasmas de la Guerra Fría, y conspiraciones tan evidentes que hasta mi hijo de diez años hace predecibles. Un film que dice poco y muestra mucho de lo que Hollywood considera una película decente.


J. Gregorio Maita

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