martes, 7 de febrero de 2012

LA CRÍTICA QUE SALVA (REFLEXIÓN POLÍTICA SOBRE “AMANECIÓ DE GOLPE”)

Amaneció de Golpe y Carlos Azpúrua revitalizó ese esquema histórico que de alguna manera se quedó debajo de la solapa social de la falta de reflexión de una clase política que pudo revertir su camino a una muerte vaticinada. Y no es escandalosa en un país que, zurcido bajo un corto nivel de memoria, que poco recuerda de su ser como identidad y que en la historia, ocultada, manipulada, o simplemente ignorada porque leer mucho es cosa de bobos, que emerjan del suelo hombres en armas, hartos como la mayoría del derroche inenarrable, al mejor estilo de Calígula y sus buenos modales romanos.

Bien citaba Eduardo Galeano en Las Venas Abiertas de América Latina la cancha abierta que significó Venezuela para las potencias extranjeras: aproximadamente la mitad de todo lo que se han llevado de Suramérica. Y todo bajo la complacencia mayordómica, para consentir al ser superior que algún día me gustaría ser y que no podré serlo nunca.

Fue el hambre que desató, en varios golpes que aturdido recibiría Carlos Andrés Pérez, ese presidente que endilgaría las culpas del anterior y así sucesivamente, y plantearía, en su libro de historia por el que lo recordarán siempre, una democracia labial y muy poco entrañable. Y es ese el mal de los dominantes, de los venezolanos con poder, de sus decisiones: la poca monta de un positivismo maltrecho y jurungado cuyo fin, llenar las arcas particulares, nada habría que reclamarle a la reflexión.
El 4 de febrero de 1992, precedido de un 27 de febrero de 1989 – Gloria al bravo pueblo -, fue como tocar la puerta en plena parranda. Lo dice la película de Azpúrua, pues fue esa, la más estable democracia de América Latina, la olla humeante de lo inverosímil.


Palabras malsonantes


Desde hace muchos años recuerdo el choque de ver Disparen a Matar, también de Azpúrua, y aturdirme por un ¡Carajo! que Amalia Pérez Díaz – no ella, su personaje en la cinta – esputaría en la indignación del hijo muerto en injusta indefensión. Y no era para menos. Fui tan metódicamente protegido desde la falda materna de las imprecaciones de nuestro florido lenguaje, desde lo general a lo específico de su venezolana interpretación, que escucharlo de una mujer que bien pudo ser la imagen platónica de una querida abuela para ese yo de diez años, que el sonido de tan intocable expresión me dejó mucho más que aturdido. Y en ese momento de incógnita, donde los niños miran a los lados y tratan de buscar la respuesta, consigo una evasiva de alguien que simplemente me hiciera la observación apocalíptica de “Y eso no es nada”.

Los venezolanos buscamos arduamente el escapulario. Los venezolanos que arroparon el poder, por estar de primero en la cola de parecerse más a cualquier cosa, menos a venezolanos, acuñaron la idea perfecta de la pulcra apariencia sacramental. De allí que sarcásticamente cuando se presenta el chance digo que somos el país de las mujeres más bellas. Y allí gran parte de nuestra tragedia: el parecer va por encima del ser. Y eso es filosóficamente, peligroso.

Pienso que el socialismo, como doctrina político-económica, es – entre otras cosas – una lucha entre el contenido y la forma, pues para él, es apremiante la transformación del fondo más que la pintura que cubre la vasija. Y en Amaneció de Golpe, film pulcro, de esos que enunciaba Cabrujas de eterno intento de hacer cine, esboza una realidad latente. Los venezolanos somos “mal hablados”. Pero que este detalle no corrompa nuestro recto proceder, pues en las palabras subidas de tono – dicen algunos lingüistas un poco menos atados a la santidad de la academia – está la sazón, la chispa, el sabor del hablar cotidiano, porque es que no hay, admitámoslo, relación entre estar “arrecho”, y muy molesto. La primera como afirmación de ser lleva la connotación completa del sentimiento; la segunda es una bagatela simplona cursi que apenas roza el círculo de la rabia cuando rompe el saco.

Lo curioso del asunto es que, tanto el cine, no digamos de otros países de habla hispana, sino de la cumbre estadounidense y europea, rara vez evita en la potencia del drama el uso de lo escatológico, ni en el lenguaje utilizado, ni en la imagen. Y ciertamente, como en cualquiera de las artes, existen sus excesos. Pero es que ese bichito ladilloso que pulula en nuestras mentes desde los tiempos de Los Amos del Valle del maestro Francisco Herrera Luque – que en nada se frenó ante las “buenas” maneras –indica que entre la junta de las palmas de las manos, lo que debemos ser por encima de todas las cosas, lo pasamos por alto cuando de Almodóvar, Scorsese, Tarantino, y otros tantos, emiten en sus películas maneras poco agraciadas de hablar. La vaina es aplicársela a Azpúrua, por venezolano. Caerle encima a Cabrujas, cuyo guión estrenado de forma póstuma terminaría por bajarlo del pedestal de algunos que lo ponían por allá, arriba, como algo fuera de este mundo.


El club ignorado de lo reflexivo


En Amaneció de Golpe encontramos cuidadosamente colocado al venezolano en sus distintas maneras. En una pareja tirando en el monte; en un hombre que maneja bajo cuerda los dineros públicos haciéndose cómplice de una clase política que después, en magistral plano semiótico, la niega; el militar cobarde que se ciñe al status quo y mata por él; el profesional que dice asumir una responsabilidad mientras huye con ventaja sobre el abandono; en la periodista, que no es por ser periodista sino por ser alguien en el aire con conciencia social que en su propio barranco piensa en país, aún en detrimento de su vida; en la locura que significa la solidaridad latinoamericana que se nos reflejaba en esos años dispersa, como un trastornado mexicano; en el aparte del humilde que no tiene tiempo de saber y tomar conciencia de su yo político, de su país, por el hambre y el dolor de sus básicas necesidades; en el egoísmo del extranjero que huyendo de las miserias de su origen encuentra en Venezuela una manera de vivir negando la solidaridad por no devolverla.

Una historia que no comienza en el día sino que trascurre al tenor de la madrugada. La oscuridad complacida para llegar al punto donde la luz emerge y todo cambió. Es distinta la vida, el panorama, el aire se siente palabrero, la gente confiesa – los que aún no lo hacían – sus descontentos, declaman los sabios entonces la demencia vivida. El rumor del cambio hace temblar las paredes, y con todo y eso, son otros, los de arriba, los que queman los contratos y facturas, los que miran desde abajo soldados vencidos, los que prosiguen en lo que creen es la forma de seguir. Hacerse el loco es una academia en mi querido país.

Es así, como pasan por debajo de muchos venezolanos películas como Jericó de Luis Alberto Lamata, Pandemonium y Días de Poder de Román Chalbaud, Macuro de Hernán Jábes, por decir algunas que hurgan en la cobardía del venezolano en identificar sus faltas. Es aquí, en este punto, donde la crítica necesaria emerge y es incómoda.

Si la clase política de entonces hubiera dejado de lado la mediocridad andada, Hugo Chávez pudiera ser hoy una circunstancia histórica, y no la lanza que define el rumbo de todo un país. Pues en la reflexión está el mantenimiento. En asumir, como alguien por allí asumió la culpa, y retorcer el camino torcido. Limpiar la casa, parafraseando a Mao. En todos los procesos políticos es vital y necesario.


J. Gregorio Maita

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