No rebato el tema de la taquilla.
La industria cultural necesaria urge de la redituación del esfuerzo. El arte es
la inversión de un tiempo, una fracción de vida. En ese campo de lo real, nada
más verdadero que el estómago cuando cruje, o la voz de un hijo que necesita un
par de zapatos.
Mi problema es con la calidad. Es
difícil definirla, encapsularla en un término generalizado que se entienda. He
tratado de hacerlo refiriéndome a ella como los niveles de inteligencia con que
se desenvuelve un discurso, un mensaje. En el cine, este discurso audiovisual, a
veces narrativo, evocativo y sensorial, la inteligencia definida en cuadros
veloces se cruza con otra verdad ineludible: el entretenimiento.
Cierto es que en esos términos de
calidad hay mucha obra, digamos, lenta. De esas películas que te obligan a
pensar, a meterte dentro de un mundo que, según los cánones del carnaval
debería servirte para colocarte en un eterno blanco, sin pensar. La cosa es
peor cuando, en el punto contrario, encuentras películas tan masticadas, que
como compotas no exigen el más mínimo esfuerzo para entenderlas, a tal punto
que el espectador se encuentra muchas veces dos o más pasos por delante de lo
que allí se desarrolla.
En la villa del señor hay de
todo, y todo el mundo cuenta, diría Buena Fe; pero viendo el desarrollo de
nuestra industria cinematográfica, entendiendo que producir una veintena y
hasta más películas por año es un logro, debemos ver con cuidado la clase de
cine que hacemos, y preocuparnos un poco, no por llegar a niveles de sobriedad
espiritual como un Tarcovsky, pero tampoco caer en la banalidad de convertir a Antonio
Guzmán Blanco en un cazavampiros.
Una cosa es tomar a los gringos
como escuela, y otra copiarlos. Así como te encuentras babosadas como las
últimas diez películas protagonizadas por Eddie Murphy, que en sus inicios
resultaba irreverente y controvertido hasta la voracidad, y ahora es la vacua
extremidad de un discurso moral básico y retraído, lleno de estereotipos y
elementos “poco inteligentes”, tienes el consuelo de un Paul Thomas Anderson, por
nombrar uno, que plantea una obra desde su perspectiva, para someterla a la
exploración acuciosa del ojo que desee rebuscar “con inteligencia” su mensaje.
Tenemos los casos de las no tan recientes
películas de Er Conde del Guácharo (caso este bien particular de buena taquilla
y paupérrima calidad, llegando incluso a niveles en donde el mismo personaje de
Benjamín Rausseo lapida con saña su cuestionada comicidad) y de Papita,
Maní, Tostón, cuyo trasfondo argumental es la antaña rivalidad entre
los Leones del Caracas y los Navegantes del Magallanes, y que hubiera permitido
para algo (bastante) más de lo que al final se nos mostró en la pantalla.
Una copia, casi el carbón de la
brasilera A Casamento de Romeo e Julieta (2005), con un meollo deportivo
similar con los equipos de fútbol Palmeiras y Corinthians, y que a diferencia
de ésta, en la nuestra persisten marcadas deficiencias técnicas y excesos
melodramáticos en el guión que lejos de sumar, restan.
Hay una escena en particular que
comparten ambas. En la de los cariocas, el recurso que utilizaron para
comprender el conflicto generado en Romeo y que dificultaba la consumación del
acto sexual con Julieta fue un condón envuelto con los colores de su equipo
favorito. En la maraña nacional, para nuestra vergüenza, no se les ocurrió que
un elemento tan simple como un diminuto preservativo pudiera dar para
imaginarse el resto, por lo que, creo yo, tratando de ser “originales”,
utilizaron el cuerpo completo de la protagonista Juliette Pardau (muy bella y todo),
vestida solo de un conjunto de pantaleta y sostén de los Leones del Caracas,
para decir lo mismo. ¿Ven a lo que me refiero?
Y vuelvo al tema de la taquilla. Esta
película, que se me antoja sexista y simplona, donde la caña pareciera el gran
hilo conductor que motiva el accionar de los personajes, está batiendo records de
taquilla en nuestro país, como también lo hicieran las del señor Conde. El
hacer reír por reír es un recurso sobrevalorado. Pregúntenle a Woody Allen.
Sabe de eso. La plata es importante, pero no lo es todo.
En contraparte, una obra maestra como
Brecha
en el Silencio fue sacada de cartelera en Guayana prematuramente, tal
vez por ser muy inteligente, y también un poco incómoda.
J. Gregorio Maita
No hay comentarios:
Publicar un comentario