A la Derecha le gusta el arte
bello. No es una animadversión hacia la estética, pero cuando terminas diciendo
que lo que te gusta tiene que ser guapo, bien parecido, a costa de una vacuidad
insoportable, pues, creo yo, la cosa se pone turbia.
Es como sentir preferencia por la
bomba atómica antes de que un gobierno de macacos termine por decir que los
pobres tienen algo que ver con los de arriba. Eso se entiende de la derecha. Es
así. Tienen un conflicto supérfluo y la a vez tan tangible en su relación con
la realidad, o con su realidad, esa estupenda y a veces ficcionada realidad de
un mundo de dos más dos igual cuatro. Muy práctica la cosa.
Sin embargo ese “arte bello”, al
pasar del cuido de la estética a la veneración del esteticismo, termina por ser
aburrido, repetitivo, y eso sí, muy “universal” en los términos de la confusión
globalizadora.
La izquierda por el contrario,
arropada muchas veces en la ignorancia de algunos militantes, asumen la cosa
como el blanco y el negro, tomado contraste político y zumbado así en el lienzo
del arte que no tiene mucha culpa de las erradas concepciones políticas. Lo
hacen así: si la derecha dice “A”, pues yo digo “Z”, habiendo tanta letra en el
abecedario.
Entonces nosotros, los que somos
artistas, nos encontramos con toda una serie de eruditos en nada que reclaman
el rojo como blanco infinito de la foto, y consignas en una obra literaria que
habla de un chorro de agua que baja por el albañal. Terminarán insistiendo,
aunque no lo asuman como tal, en la propaganda por encima de todo, y
parafraseando a mis queridos amigos de Buena Fe, terminan ocultando en el
informe lo que la calle grita.
En estos días tengo una buena
razón para sentirme orgulloso. Mariana Rondón, esa directora de “A la media
noche y media” y “Postales de Leningrado”, ganó la Concha de Oro del Festival
de San Sebastián con su obra “Pelo Malo”. Después dijo lo que dijo en un
periódico que no tiene mucho que decir realmente. Y como jauría, lejos de
someternos a una reflexión más exhaustiva, atacamos lo que supuestamente dijo
sobre el comandante Chávez.
Chávez nos sentenció a una guerra,
dicen que dijo, y si lo dijo, es verdad. Pero yo completo la sentencia: a una
guerra necesaria y que si no fuera por Chávez hubiera sido mucho peor. El
conflicto solapado que cargábamos los venezolanos en el sistema desde la
traición que Bolívar pensó como país libre y soberano, y no como una pequeña
monarquía disimulada de las clases pudientes, tan indios y negros como todos
los demás, era algo que tenía que salir a flote algún día, porque la historia
funciona como la física del desarrollo en el cuerpo humano. En algún momento
tenía que emerger la purga de tanto abuso, tanta impunidad, robo, muerto y
sueño asesinado por una sociedad que ve a este país como un campamento.
La Concha de Oro que la señora
Rondón se acaba de ganar con una película desarrollada en la mítica 23 de
Enero, es uno de los logros más grandes de la cinematografía venezolana. Digo
algo más: de los cuatro grandes premios que hemos ganado a lo largo de nuestro
accidentado tránsito por el cine, tres de ellos han sido logrados por mujeres (léase
Margot Benaceraf, Fina Torres, y ahora Mariana).
Lo cierto es que el
descalificativo, derivado de esa perniciosa estupidez de politizar más de lo
debido – ojo, no es que exista el cine apolítico, todo lo contrario, pero… -
por una necesidad de rendir culto a un hombre que tuvo grandes méritos en la
vida no solo de su país, sino del continente, no es necesario. Mariana, en esta
no tan bella pero muy tangible democracia, tiene derecho a decirlo.
Ahora, la patada está de más.
¿Qué hay de inteligente en decirle a fin de cuentas a Rondón que se meta la
Concha de Oro por donde más le quepa? ¿Qué hacemos con restregarle en la cara
el dinero que le dio el CNAC para realizar su película – que de paso fue una
coproducción entre Venezuela, Perú y Alemania? ¿Es que acaso ella, como
venezolana, directora y guionista, no tiene derecho a acceder a los recursos
del Estado para la realización de sus proyectos?
Allí boto la piedra, porque
terminamos entregándole a Mariana Rondón, tan valiosa para nuestro cine, a una
derecha que terminará por conminarla a hacer un cine bello, cómodo, conveniente
y fácil de digerir. Y perderemos todos.
Pero es que la cosa no termina
allí. Al día siguiente en otra entrevista que leí en la página web de El
Nacional – cosa que no apareció en ninguno de los medios del Estado - Rondón
aclara que lo que quiso decir era para ambos lados. ¡Coño! ¿Descubrió el agua
tibia? ¿No era el diálogo una consigna perenne en el discurso de Hugo Chávez?
¡Y entonces!
Cuando revisas quienes han sido
los que han ganado ese premio te encuentras con nombres como Francis Ford
Coppola, Terrence Malick, Elia Kazan, Víctor Erice, entre otros. O sea. Y digo
todo esto como chavista que soy, muy poco disimulado por cierto. ¿Somos
inteligentes al hacerlo? Yo creo que no.
Pero es que Mariana Rondón no se
acercó siquiera a la efervescencia enfermiza de un Orlando Urdaneta, o a la
pataleta de Marcel Razquín que fue y le rindió apologías a Radonsky en plena
campaña electoral para después recibir el favor de darse una gira con su
película “Hermano” por los EE.UU. (pura casualidad), o la catástrofe patanera
de un Edilio Peña que comparó a Chávez con Musolini y a la Villa del Cine con
la Cinecitta. No. Solo dijo, más o menos, que necesitamos encontrarnos, hablar
nuevamente y no odiarnos tanto.
Qué bueno sería que nuestro
ministro del P.P. para la Cultura, Fidel Barbarito, o el mismo presidente
Maduro le haga un llamado a Mariana y converse con ella sobre lo que piensa, y
que está en todo su derecho a pensar. No terminemos haciendo lo que hicieron
los soviéticos con Tarcovsky y dejemos que pierda el cine nacional.
J. Gregorio Maita
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