Ya he visto el escarceo comedido
de los pacatos sociales que abundan en críticas a todo lo que les rodea pero
que olvidan, con poca vergüenza, su maleta de grima y la ceguera propia de los
hipócritas.
Educados como están en la escuela
de lo decente, de las buenas maneras, de lo “moral”, tienen la tendencia un
poco descontrolada de dejarse llevar por algún manifiesto dogma católico para
recriminar la irreverencia inteligente.
En un proyecto para nada conocido
un tipo cualquiera explica lo que significa estrenar un apartamento: ir de un
lado al otro con la pareja con el pene introducido en su vagina (o ano; aquí no
vamos a discriminar a los sexo diversos) y culear como los perros que mean para
marcar el territorio. Lo de los muebles es para después.
Muchos acostumbrados al manual de
Carreño aplicado al arte dirán que las tetas de María Guevara es un invento
morboso de las voces locales que no le tienen miedo a la desnudez pues lo
natural no es cosa rara. De igual forma, como también leí por allí, mucho
hipócrita con tendencia a santo maltrecho habrá rezado unos cuantos rosarios,
latigazos en la espalda incluidos, cuando en Caracas a la gente se le ocurrió
pasear en bicicleta como dios los trajo al mundo. Una inquisición voluntaria y
sin acceso al agua bendita pulula por la mente de los que creen que pisan fino,
pero no es así.
Esos que en su momento pensaron a
priori que obras cinematográficas como El
último tango en París de Bertolucci no era más que un bebedizo pornográfico
y que por “salvaguardar la moral del venezolano” (a chito vale) prohibió su
exhibición. Hay quienes pensaron que la violencia expresada por Kubrick en La naranja mecánica era una grosera
exageración que poco o nada tenía que ver con el ideal de ser humano que no
puede ver una película, pero que muy bien sirve para explotar o ser explotado,
en la guerra, en la fábrica, en la vida.
Tanto santurrón patético de mala
madre que ostenta la virtud de sesgar y no de debatir, ha opinado que una
película como Pipí mil, pupú dos lucas,
es un bodrio a priori concebido por el puro título y que no vale la pena ni
siquiera la mención del titánico esfuerzo de los hermanos Bencomo, que como
quien no quiere la cosa, han dado una lección brutal a quienes, y me incluyo
(va la autocrítica), creen que es imprescindible todo menos las ganas de hacer
cine.
Mismo argumento le metieron en la
cabeza a mucha gente sobre esa extraordinaria película que fue Amaneció de Golpe de Azpúrua, haciendo
que muchos jóvenes venezolanos todavía les dé culillo revisarla como obra
cinematográfica de altura y documento histórico cuyo guión del olvidado José
Ignacio Cabrujas retrata una reflexión sobre la democracia que pocas veces se
ve tan bien plasmada como en ese ejemplo.
Pero Pipí mil tiene, además de la grandilocuencia venezolana, esa que
muchos de estos criticones de orilla esconden en el baño cuando se refieren a
estorbos ideológicos de mamaguevo pa arriba, una historia convergente que muy
pocos escritores se atreven a realizar. Y pa más vaina, lo hicieron bien.
Una película hecha con los panas,
pidiendo prestado, entre mil y una dificultades, con limitadísimos recursos
técnicos, con personal inexperto o primerizo, y que tenga este país el tupé de
retrasar su estreno en años porque a algunos no les interesaba “ese tipo de
cine, porque una cosa es que diga semejante malsonancia Scorsese o Tarantino a
que lo hagan unos tercermundistas”. Bueno, da como para arrecharse.
Así como Matisse hizo La Odalisca
con pantalón rojo (1925), y en su momento muchísimas obras de las
manifestaciones del arte fueron objeto del tomatazo pudoroso, mañana, más temprano
que tarde, Pipí mil podrá convertirse
en una de las más alabadas y elevadas cintas de culto en nuestro cine.
Cuándo será el día en que los
venezolanos aprendamos a juzgar con argumentos, por el estudio pormenorizado
del sujeto u objeto en cuestión, a hacerlo por el simple proceder, muy a lo
miss, de la portada, la superficie, o el envoltorio. Una sociedad sujeta a
cánones tan delicados muy poco podrá profundizar en su creación. La grandeza,
en la medida en que no encontremos un equilibrio, será más cuesta arriba.
Ya por lo menos la censura de hoy
no viene del gobierno nacional.
J. Gregorio Maita.
Para complementar lo escrito en esta crítica, visitar el
siguiente enlace: http://www.gumilla.org/biblioteca/bases/biblo/texto/SIC1980424_175-177.pdf