La
mayor parte del espacio que nos rodea es inhóspito. La vida y el desarrollo del
hombre como especie está signada por una serie de circunstancias que en su
equilibrio, delicado, débil, a veces fortuito, declara que la vida de nosotros,
como testigos y artífices de la conquista de los elementos, es una lucha por
entender lo que nos rodea, algo vano cuando poca atención damos al centro.
Cuarón
dice con el título Gravedad, cuya enunciación para una película desarrollada en el
espacio pareciera contradictorio, que aquello que importa, que lo valioso y
entrañable está en el origen, en el suelo que pisamos y que enmarca como punto
de referencia la aventura de los astronautas a merced de un lugar donde la vida
es imposible.
Un
accidente se presenta. Un big bang del cual no tenemos culpa determina el rumbo
de una normalidad controlada a un suspenso – el flotar es una ventaja y a la
vez un estorbo – que ahoga. ¿Cuáles son las posibilidades de sobrevivir en
donde no nos podemos mover con libertad o respirar sin contemplaciones? ¿La
confianza de unos con otros, yendo de una estructura estadounidense a una rusa
y después a otra china, forma parte también de lo que vivimos?
La
vida sin norte o sur, la vida por ser vida, es la motivación, y no hay mejor
manera de reflejarla que con algo tan sencillo como la segura sensación de
posar el pie sobre territorio firme. El planeta tierra que pareciera girar en
torno a unos personajes y que sirve de punto de referencia, de meta anhelada.
Aquí Cuarón juega con el vacío. Nos repliega en los asientos frente a uno que
otro plano secuencia, eternizando la incómoda sensación que da el infinito,
haciéndonos testigos a juro del viaje. Música
y fotografía extraordinarias. La expresión gentil de un Cloney que pareciera
controlarlo todo, la desesperación de Bullock ante la indefensión que va con el
nervio de encontrarse sin un punto de orientación. El frío, el calor, la falta
de oxígeno. Gravedad es una gran película hecha en el más grande de los
escenarios y que sin embargo se va cerrando en un túnel vacuo. Esa
desesperación que conlleva a entrañar lo que tuvimos al alcance: nuestro
planeta, que es la cosa más hermosa jamás vista, y el único sitio donde se
puede (y vale la pena) vivir.
Una
mezcla divina entre una 2001: Odisea del espacio, y La
Soga. Kubrick y Hitchcock fusionados en sus lecciones cinematográficas,
han visto el fruto de sus vientos en una película hecha tempestades, que, al
igual que Niños del Hombre, tendrá un lugar en la historia.
Cuán
ingratos somos, no importa, siempre hay una excusa para enderezar el rumbo.
J. Gregorio Maita